He de considerarme afortunada en ese aspecto. Desde que apenas contaba unos pocos meses de edad, mis padres me han llevado a muchos sitios. Viajar suele ser sinónimo de vacaciones, y si bien usábamos ese tiempo para viajes más largos, nunca faltaron las pequeñas excursiones durante los fines de semana.
Gingaria es sinónimo de todo esto. Es arte, es cultura (y escultura en algunos casos) y quiero que lo siga siendo. Quiero que cada nuevo sitio que aparezca en mis libros se sienta real, que la gente quiera vivir en él o, por lo menos, pueda conocerlo tan a fondo como yo. Es un gran trabajo que realizo entre las sombras, mientras preparo los libros, y que espero que se note en el producto final.
Me encanta viajar. Me encanta descubrir todo eso que me estaba esperando y ver todo lo que sea capaz, absorbiendo como una esponja. Conocer la historia que se esconde detrás de cada piedra, ver gentes con sus otros idiomas y costumbres, probar sus comidas (siempre que mi estómago me lo permita) y, una y otra vez, maravillarme del hecho de que todo esto exista bajo el mismo cielo. Y, como en muchas otras cosas, no me importa repetir y regresar. Pues si algo he aprendido es que siempre puedes descubrir algo nuevo.
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